sábado, 4 de
febrero de 2012/Revisado Mayo 04 2013
¿y para qué
escribirle al coronel?
De no haber
dejado los Converse en el pasillo, no me habría enredado con las trenzas y no
habría iniciado una maniobra completamente inútil para evitar la caída, pero
muy efectiva para tumbar el afiche de Chaplin que mi esposa tanto quiere y
romperle el vidrio. No había terminado de levantarme, cuando ya tenía
completica la imagen de uno de esos jarabes de lengua que suman in crescendo la
jurisprudencia de mis torpezas anteriores y que siempre asocio a una mezcla de
juicio de Nuremberg y Bolero de Ravel.
La verdad que
había pasado frente a esa marquetería todos los días de camino a la oficina,
pero hay algo de opaco en ella, de constreñida, de no estar ahí, que me la
había negado hasta ese día. Abrir la puerta fue como disparar una cámara
hitchcock hasta el final de estrecho pasillo, presidido por el propietario
desde un escritorio mínimo, aplastado por el montón de facturas dispuestas en
perfecto orden.
El hombre, de
unos sesenta y largos años, tomaba los datos para la orden de servicio con una
parquedad y método insoportables para un servidor; hijo único de padres
ancianos, que a sus cuarenta y pico medios, aún no tiene las habilidades
sociales bien puestas para también poner su cara de perro, recibir el papelito
de la orden e irse para su casa. Así que al escuchar el incuestionable acento
chileno, formulé la pregunta genial:
- ah,¿Usted es
chileno, no?
- Me vine en los
setenta
Mi ingenio
indómito, de nuevo:
- Ah con
Pinochet.
- ¡Mi general
Augusto Pinochet!
Ahí ya no me
cuadraron las cuentas, lo que estuvo muy claro para él, pues hizo una pausa en
el llenado de la forma, se subió los anteojos con el indice derecho, frunció el
ceño, encogió un ojo en el mejor estilo de El Hombre Nuclear y me dijo:
- No se le vaya a
ocurrir confundirme con esa basura de izquierda.
Yo, muy hijo
único de padres ancianos muy sin habilidades sociales aún:
- No mi gene.. No
señor mío, no.
- Yo tuve que
venirme porque mi general no entendió que una diferencia de criterio que tuve
con él sobre un asunto administrativo, perseguía beneficiario a él y al
ejército. Pero soy y seré pinochetista. Chile es lo que es gracias a mi
general.
Recién llegado
aquí, unos chilenos me abordaron para pedirme una colaboración en contra del
gobierno Chile. Los arrastré a golpes una cuadra y los hice arrestar por la
guardia nacional. Cuando llegaron a detener la pelea, les grité: ¿quien es el
más antiguo? Yo soy el coronel fulano de tal, de las fuerzas armadas chilenas y
estos son dos desestabilizadores de un gobierno legítimo. Llévenselos. Los
guardias supieron leer el don de mando y los arrestaron.
Yo, ya sin ningún
tipo de habilidad social:
- Ah, entiendo,
entiendo.
Si dejábamos a
Chile en manos de la izquierda se perdía la patria. Hicimos lo que había que
hacer y organizamos al país. Un militar está formado para administrar un país
en guerra, ¡ Cómo no va a manejar fácilmente un país en paz! Su orden de
servicio.
-Gracias Sr. Yo
vengo el lunes entonces ¡ Meeeeeedia. Vuel ! Y caminé hacia la puerta. Los diez
pasos me fueron bastante para concluir ciertas cosas, ya mas relajado por el
simple hecho de saber a mi coronel a mis espaldas y cada vez más lejos:
Ya va, ya va.
¿Como es esa vaina que administrar un país en guerra es mas difícil que que
administrar un país en paz? Esta bien, concedo que la guerra involucra un
minucioso cuidado de la administración de recursos y el cotidiano ejercicio de
la acción planificada. Pero la guerra es un estado de excepción en el que en
aras de la supervivencia nacional, gran parte del quehacer social que
constituye la vida cívica es restringido e incluso suspendido. La diversidad,
la divergencia, el examen de la conveniencia de las disposiciones, el tomar de
la decisión de vivir y cómo vivir no son temas de discusión en una situación de
guerra, es decir la esencia de la vida del cuerpo social se elimina de un
sablazo. Resulta pues que el arte de gobernar es precisamente, el arte de fortalecer
y encausar la vida del cuerpo social.
Un país en guerra
no se gobierna, mi coronel, se coloca entre paréntesis, se encapsula hasta que
las cosas vuelvan a la normalidad. Usted fue entrenado para congelar un
solomillo cuando las condiciones no permiten cocinarlo; no para preparar un chateaubriand
. Gobernar es exclusivamente un asunto civil y no se resuelve gracias al manejo
experto de la investigación de operaciones o del conocimiento sobre como
se aplastará al otro por las armas. Se tramitan en el ejercicio político que
define y es definido por la vida civil. Esa es la naturaleza de la ilusión que
los hombres de armas en el ejercicio del poder sólo descubren cuando los sistemas
que han levantado se derrumban, en ese momento último en el que, ya
inútilmente, comprenden que mandar no es lo mismo que gobernar y que el poder
es un sutil juego de influencias, puesto al servicio del interés colectivo.
En una situación
de guerra, se pone en juego la supervivencia de una nación, pero en la paz se
juega algo mucho más complejo: su viabilidad.
Ya abriendo la
puerta, pensé que quizás un malentendido de vida, hacia pensar a este señor que
había jugado las cartas de la negación del otro en aras de un bien superior y
que quizás algo de grandeza había en él por esa convicción. Pero no había caso,
le eché un ultimo vistazo y sólo vi a un hombre, de unos sesenta y largo
años, con muy poco concepto de lo social, sentado tras un escritorio pequeñito.
Nota: escribí las
líneas precedentes como un ejercicio catártico un día en que en Venezuela, un
desfile militar, bonsai de la plaza roja, celebra el aniversario de un golpe de
estado cruento y torpe, mientras los referentes que sostienen la vida civil se
desmoronan. No obstante, creo que el comentario es valido para todo caso en que
se pretenda dirigir un proceso organizacional en ignorancia de que a todas
luces, toda organización es un cuerpo social. Por ello lo incluyo en estas crónicas.